Asilvestradas es una exposición de fotografía y vídeo sobre el retorno de lo reprimido: flores silvestres explotan en el asfalto como manifestaciones alucinógenas de nuestra olvidada vinculación con la naturaleza. La artista nos lleva por un camino verde en el que descubre y retrata el asilvestramiento primaveral que tuvo lugar en tantas ciudades durante el primer confinamiento. El gran teórico francés Gérard Genette escribió: «no es el objeto el que hace que la relación sea estética, sino la relación la que hace que el objeto sea estético». Bajo la mirada de Rosa Codina, la pesadilla del confinamiento se convierte en una auténtica aventura onírica en la que la belleza surrealista de lo humilde nos devuelve el sentido de la utopía y de nuestro lugar en el mundo. Su ‘Cuento de primavera’ narra el proceso creativo: un paseo maravillado que no descuida el paso del tiempo: de las olas de floreceres al recogimiento invernal.
En este recorrido estacional surge, inevitable, una suerte de erótomaquia vegetal. Recordemos que las flores son los órganos sexuales de las plantas y, en ocasiones, los humanos nos servimos de sus nombres para referirnos a los nuestros. Bajo el nombre de Cloris o de Flora, su estátus divino nunca fue cuestionado. La obra del jardinósofo Santiago Beruete narra como venerables padres de la Iglesia, como Aquilino de Tours, Epifanio o Diodora Neopomuceno, entre muchos otros, se debatieron entre el furor hortensis – es decir, la posibilidad de gozar sexualmente paseándose por un vergel – y la dura labor del huerto como medio para huir del sexo y‘plantar el cielo’. Tal es la atracción que sentimos ante las flores, que la insensibilidad ante sus encantos – lo que el escritor y activista Michael Pollan denomina “tedio floral” – puede llegar a considerarse síntoma de depresión.
La importancia de lo que la Humanidad denomina ‘naturaleza’ – como si fuerámos un ente separado de ella-, queda recogida una vez más por la Psicología ambiental al demostrar como el entorno no sólo condiciona nuestro modo de vivir, sino también nuestro modo de ser y, por supuesto, la salud. El nuevo urbanismo reacciona en un intento de reinventar la ciudad reverdeciéndola y haciéndola más habitable. Así, el jardín, pero también cada sencilla flor de bordillo o de cuneta, se tornan así motor de cambio social, pues simbolizan la esperanza de una ciudad idílica en un mundo más justo.
En “Poética de lo silvestre y narrativa de la luz en la fotografía au plein air de Rosa Codina”, el ‘ensayo verde’ de Santiago Beruete, se expone por qué el asilvestramiento humano es clave para nuestra propia supervivencia, que no la del planeta al que llamamos Tierra. El pensamiento del filósofo revive al huerto como aliado de la luz – pues nunca surge de las tinieblas – y al jardín como paraíso delicioso, pero también como escenario de la caída.
En un contexto postpandémico, Asilvestradas nos propone un reencantamiento del mundo en el que las ‘malas hierbas’ lucen su belleza como el anverso de nuestra propia fealdad. Con toda su inocencia, sus imágenes estimulan nuestro biofilia y nos invitan a olvidarnos de nosotros mismos contemplándolas. Su belleza mantiene viva la utopía y anticipa el cielo, al tiempo que cuestiona la distinción que establecemos entre naturaleza y cultura. Asilvestrarnos e ilustrarnos se convierten así en un mismo proceso: devenir personas ‘cultivadas’ capaces de conciliar lo ideal y lo real, dispuestas a cumplir con la razón de ser del jardín del que también formamos parte, antes de que seamos expulsadas definitivamente.